La renovación de los historiadores

6 junio, 2013 - 6:51h

Cuando se trata de la guerra civil española, la historia se convierte a menudo en propaganda. No hay un territorio propio en el que los historiadores dominen, como lo puede haber para otros grandes temas como la caída del Imperio romano, el feudalismo o la crisis del 98. La guerra civil española es objeto de estudio, de opinión más bien, por parte de periodistas, propagandistas, falsos historiadores y aficionados a la historia. Las estanterías de las librerías, tanto de las más especializadas como las de los grandes almacenes y aeropuertos, se llenan de libros sobre la Guerra Civil y los lectores y observadores ajenos a esa producción literaria tienen la impresión de que hay una avalancha de estudios sobre la guerra. Una avalancha que puede producir cansancio, pero que no cesa. Es evidente que muchas cosas han cambiado desde que Hugh Thomas publicara en 1961 ‘The Spanish Civil War’, la primera síntesis rigurosa que apareció sobre el tema. Los archivos se abrieron, se descubrieron nuevos documentos, una nueva generación de historiadores españoles, que estudiaba en las universidades en los últimos años del franquismo, empezó a escribir libros sobre la Guerra Civil en los primeros años de la transición y su producción y la de sus discípulos no ha parado desde entonces y otros hispanistas británicos y norteamericanos continuaron la senda de Thomas.

Para un historiador profesional, la principal consecuencia de esa gran renovación historiográfica está muy clara: las versiones de los vencedores de la guerra, amos y señores de la historia durante la dictadura, quedaron desmontadas y desfasadas y surgió una nueva interpretación de la historia plural y diversa, fiel con las fuentes, que trataba de indagar los hechos más relevantes y de construir relatos con los principales actores que habían sido despreciados o denigrados por los ideólogos del franquismo.

Desenterrar ese pasado oculto ha resultado una labor ardua y costosa. El gran cambio se produjo a finales de los años noventa, sesenta años después de la guerra civil y más de veinte desde la muerte de Franco, cuando salieron a la luz hechos y datos novedosos sobre las víctimas de la guerra civil y de la violencia franquista. Desde ese momento, la historia deja de ser un territorio exclusivo de indagación del historiador y aparecen cientos de ciudadanos que abordan ese pasado en términos políticos y, en el caso de los herederos de las víctimas del franquismo, éticos. Comienzan a abrir fosas en busca de los restos de los asesinados que nunca fueron registrados y de paso les recuerdan a los verdugos y a sus descendientes su verdadera historia. Se trata de una nueva dimensión social del estudio del pasado, con el testimonio como principal protagonista. Y el testimonio historiográfico, el basado en documentos y en la crítica del conocimiento y de la interpretación, tiene que convivir con el ensayístico, el periodístico, el oral e incluso el testimonio judicial.

Pese a que algunos querrán más, la guerra civil española tiene ya suficientes explicaciones, conmemoraciones y recuerdos. Los hechos más significativos han sido investigados y las preguntas más relevantes están resueltas. Ocurre, sin embargo, que como Franco murió en la cama y tras su muerte las principales instituciones civiles y militares del régimen autoritario permanecieron intactas, no se crearon ‘comisiones de la verdad’ que investigaran los miles de asesinatos y las violaciones de derechos humanos cometidos durante la dictadura, ni se celebraron juicios contra los supuestos verdugos o responsables de todos esos actos violentos, hay quienes piensan que nunca se ha desenterrado ese pasado y que, por fin, comienza ahora a hacerse. Es el argumento que se utiliza también en el extranjero, donde muchos periodistas elaboran reportajes sobre cómo la sociedad española se está liberando de la amnesia y del pacto del olvido que la atenazaron.

Ese es un problema que la transición a la democracia, bien o mal, dejó ya atrás. Lo que hay que hacer ahora es retribuir moralmente y con la verdad a las víctimas de la violencia franquista, seguir educando en la libertad y responder ante las mentiras y la propaganda con trabajos rigurosos, bien escritos y difundidos. La Guerra Civil, setenta años después, puede y debe debatirse, con muchas voces y colores. Se trata de explicar la historia, no de enfrentar la memoria de los unos a la de los otros.

(La Vanguardia, 19 de julio de 2006)