Comprender la guerra civil española

4 octubre, 2016 at 1:40

Todas la guerras son malas, pero las civiles son las peores de todas. Es una sentencia universal, repetida a lo largo de la historia, desde tiempos lejanos a la actualidad.[1] Resultan además interminables y dejan cicatrices duraderas, en la sociedad y en las memorias de quienes las combatieron. Porque la paz no es lo que sucede a la conclusión de las guerra civiles. Y sus consecuencias pueden marcar la historia de varias generaciones.

Bombardeo de Guernica

El párrafo anterior se adapta con bastante precisión a lo que muchos españoles piensan de la guerra civil que comenzó hace ochenta años, a lo que han leído en libros y testimonios y han escuchado en debates y disputas. Así, el significado de esa guerra se construye de forma subjetiva, como si, tratándose de un pasado tan traumático y violento, con culpas colectivas, no fuera posible comprenderlo, más allá de la opinión de cada uno.

Para reconstruir aquellos acontecimientos, al margen de mitos y narraciones subjetivas, atendiendo a las causas, naturaleza y consecuencias del conflicto, debemos ampliar el foco, las fuentes y las técnicas de interpretación, e introducir la comparación, una estrategia de investigación ajena a la formación académica de la mayoría de los historiadores españoles. No se trata de presentar el pasado de forma “objetiva”, “con la verdad sin mancha ni pintura”, porque ya sabemos que los hechos no llegan al historiador en estado puro, sino indagar, a través de las similitudes y diferencias con otros países de Europa, en los rasgos distintivos de la historia de España en aquel turbulento periodo.[2]

Lo que prueba, en primer lugar, la reciente y abundante historiografía sobre la guerra civil es que pueden coexistir varias, y muy diferentes, narraciones e interpretaciones, tanto desde el punto de vista empírico, como desde las orientaciones teóricas y metodológicas. Esa pluralidad, cuando se utiliza desde perspectivas críticas, desafía la idea de una única y objetiva verdad, separada de la parcialidad del observador. Y frente a lo que pueden creer muchos, que consideran que no ponerse de acuerdo es una debilidad o una demostración del carácter no científico del oficio del historiador, el debate y la controversia constituyen una parte esencial del conocimiento histórico.

Hay un planteamiento general en el que coincidimos muchos: en la guerra civil española hubo varias y diferentes contiendas, fruto de un conflicto de clases, político e ideológico, pero resultado también de la defensa de otras lealtades primordiales como las religiosas, lingüísticas, familiares, regionales o nacionalistas. Fue una guerra de clases, como puede comprobarse en los discursos, en los comportamientos y en las manifestaciones de la violencia en las dos zonas, pero también una guerra de religión, entre el catolicismo y el anticlericalismo, una guerra en torno a las ideas de la patria y de la nación, y una guerra de ideas, de credos que estaban entonces en pugna en el escenario internacional. En la guerra civil española cristalizaron, en suma, batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo.

En realidad, por mucho énfasis que pongamos en la memoria enfrentada o en la confrontación entre historia y recuerdos, los principales avances en el conocimiento de la guerra civil se han producido porque un grupo notable de historiadores plantearon grandes preguntas y reflexiones al material investigado sobre las causas del golpe de Estado, la violencia que generó, la internacionalización del conflicto, la evolución política en las dos zonas y sus protagonistas. Hubo que desafiar primero a la versión histórica de los vencedores de la guerra civil y construir después desde un amplio abanico de fuentes, muchas de ellas descubiertas con el acceso a nuevos archivos, una historia diversa, plural, alejada de ortodoxias, combinando los procedimientos analíticos y técnicos de la investigación rigurosa con la imaginación y el cuidado narrativo.

Eso es lo que creo que pretendieron, con los mimbres disponibles entonces, hace ya más de cincuenta años, autores como Gabriel Jackson, Hugh Thomas o Herbert R. Southworth y siguen pretendiendo hoy las síntesis de Paul Preston, Anthony Beevor o Helen Graham. Y así lo han sabido captar también los historiadores españoles que, sin perder de vista los marcos locales o regionales, han acudido a la síntesis para ofrecer a los lectores todo lo básico que hay que saber y comprender.[3]

800px-cubierta_constitucion1931¿Por qué hubo una guerra civil en España? Esa es una pregunta básica que algunos han intentado responder acudiendo a la anomalía de la historia de España, donde la guerra civil constituiría la culminación de una –larga en el tiempo– serie de fracasos y carencias, y otros, con mucho más peso de las lecturas políticas, situando a la Segunda República como antecedente/causante y prólogo inevitable del conflicto armado. Menos difundida entre los historiadores, pero mucho entre el público en general, está la visión esencialista de que la guerra civil española fue el resultado de odios ancestrales en un país con una identidad y un destino históricos muy inclinados a la violencia “entre hermanos”.

En los últimos años ha surgido una división entre quienes consideran que ha habido una idealización de la República, un “canon” ortodoxo sobre ese régimen, representado por historiadores “progresistas”; y los que creen que lo que hay es una nueva corriente académica “revisionista” que, con “nuevas telas”, resucita las tesis de los vencedores de la guerra sobre la “ilegitimidad” de la República.[4]

Entre 1910 y 1931 surgieron en Europa varias Repúblicas, regímenes democráticos, o con aspiraciones democráticas, que sustituyeron a monarquías hereditarias establecidas en esos países secularmente. La mayoría de ellas, y algunas muy significativas como la alemana, la austriaca y la checa, se habían instaurado como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial. La serie había comenzado en Portugal, con el derrocamiento de la monarquía en 1910, y la española fue la última en proclamarse. La única que subsistió como democracia en esos años hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue la de Irlanda, creada en 1922. Todas las demás fueron derribadas por sublevaciones militares contrarrevolucionarias, movimientos autoritarios o fascistas. Pero el golpe militar de julio de 1936 fue el único que causó una guerra civil. Y esa es la diferencia que conviene explicar: por qué hubo una guerra civil en España.

Y para explicarla, no hace falta ir más allá de la sublevación de julio de 1936. Sin esa sublevación, no habría habido una guerra civil en España. Vista la historia de Europa de esos años, y la de las otras Repúblicas que no pudieron mantenerse como regímenes democráticos, lo normal es que la República española tampoco hubiera podido sobrevivir. Pero eso no lo sabremos nunca porque la sublevación militar tuvo la peculiaridad de provocar una fractura dentro del Ejército y de las fuerzas de seguridad. Y, al hacerlo, abrió la posibilidad de que diferentes grupos armados compitieran por mantener el poder o por conquistarlo.

La guerra civil se produjo porque el golpe de Estado militar no consiguió de entrada su objetivo fundamental, tomar el poder y derribar al régimen republicano, y porque, al contrario de lo que ocurrió con otras repúblicas del periodo, hubo una resistencia importante y amplia, militar y civil, frente al intento de imponer un sistema autoritario. Sin esa combinación de golpe de Estado, división de las fuerzas armadas y resistencia, nunca se habría producido una guerra civil. La quiebra del orden público –algo que no había ocurrido nunca antes de julio de 1936– facilitó la actuación de grupos militares fuera del Estado republicano, rompiendo la legalidad y la subordinación al poder civil, y el reclutamiento de milicias y grupos paramilitares.

Si el golpe militar hubiera logrado la conquista del poder, no habría habido una guerra civil, sino una dictadura del tipo que estaba comenzando a dominar en Europa en ese momento y que se estableció en España a partir de abril de 1939.[5] No triunfó, pero al minar decisivamente la capacidad del gobierno para mantener el orden, ese golpe de Estado dio paso a la violencia abierta, sin precedentes, de los grupos que lo apoyaron y de los que se oponían.

De forma súbita, en unas pocas semanas, una revolución radical y destructora se extendió como la lava de un volcán por las ciudades donde la sublevación había fracasado. Allá donde triunfó, los militares pusieron en marcha un sistema de terror que aniquiló físicamente a sus enemigos políticos e ideológicos. Y una vez puesto en marcha ese engranaje de rebelión militar y respuesta revolucionaria, las armas fueron ya las únicas con derecho a hablar.

bundesarchiv_bild_183-2006-1204-510_spanien_schlacht_um_guadalajaraLa guerra no fue causada por la violencia de los años anteriores, sino que fue ella la que causó esa violencia sin precedentes con la que tanto la identificamos. Afirmar lo primero es volver la historia al revés y comenzar por el final. Aunque va a ser difícil desterrar el mito en el que se sostiene.[6]

La guerra civil española, como el resto de guerras civiles del siglo xx, se manifestó en una lucha política violenta sobre los principios básicos en torno a los cuales organizar el Estado y la sociedad. Lo que comenzó en julio de 1936 fue una lucha por la disputa del poder del Estado, que incluía el aparato gubernamental, los mecanismos de coerción y la administración pública.

La guerra civil y el proceso revolucionario que la acompañó desde el principio se adaptan a la situación de “soberanía múltiple”, acuñada ya hace años por Charles Tilly, en la que la autoridad pública se divide entre dos o más poderes que intentan dominar pueblos y territorios hasta entonces sujetos a un solo régimen. En el caso español, la situación de “soberanía múltiple” comenzó con el desmoronamiento del Estado como consecuencia del fracaso relativo de la sublevación militar, que dividió a España en dos, y finalizó cuando, tras la victoria de uno de esos poderes y la derrota del otro, emergió una nueva forma “soberana” de ejercer el monopolio de la violencia y de organización del Estado y de la sociedad.[7]

El historiador no solo narra, sino que ofrece también lecturas críticas del pasado e introduce debates y diálogo con otros investigadores, revisando mitos y lugares comunes, enfrentándose a las mentiras y propaganda con cientos de documentos y lecturas pertinentes.

El recurso a la comparación y a la sociología histórica es fundamental para explicar la guerra civil como parte de la quiebra del Estado, entender el contexto internacional del conflicto y el modelo de nuevo Estado que comenzaron a forjar los militares sublevados durante la guerra y que consolidaron en la posguerra. Ortodoxias o revisionismos al margen, las aportaciones más útiles son las que han combinado el enfoque crítico y el empírico para situar en ese mirada telescópica la relación entre el Estado y la guerra. Como han hecho los mejores estudios sobre guerras civiles en el mundo contemporáneo.

 

[1] “Todas las guerra son malas, pero la guerra civil es la peor de todas, pues enfrenta al amigo con el amigo, al vecino con el vecino, al hermano contra el hermano”: así comienza Arturo Pérez Reverte La guerra civil contada a los jóvenes, ilustrado por Fernando Vicente, Alfaguara, Madrid, 2015. Diferentes ejemplos sobre ese “acuerdo casi universal” aparecen en David Armitage, “Civil Wars, from Beginning… to End?, American Historical Review, (2015), 120 (5), p. 1829.

[2] “La verdad sin mancha ni pintura” fue una expresión utilizada por John B. Bury en la conferencia inaugural impartida en 1902 cuando sucedió a Lord Acton como Regius Professor de Historia Moderna en Cambridge. Utilizo aquí la versión del texto que aparece en The Varieties of History. From Voltaire to the Present, edición de textos básicos de diferentes historiadores seleccionada e introducida por Fritz Stern, Vintage Books, Nueva York, 1973 (primera edición en 1956), pp. 210-223. Que los hechos de la historia nunca nos llegan a nosotros en estado “puro” es algo que popularizó Edward H. Carr hace ya muchos años y había sido ya dicho por los historiadores norteamericanos de la “New History” a comienzos del siglo XX: ¿Qué es la historia?, Seix Barrral, Barcelona, 1979 (primera edición en castellano en 1966), pp. 33 y 40.

[3] Habrá que recordar una vez más los caminos que abrió y las influencias que generó la temprana obra de Herbert Rutledge Southworth, El mito de la cruzada de Franco, Ruedo Ibérico, París, 1963 (con edición francesa un año después). La primera versión de The Spanish Civil War, de Hugh Thomas fue publicada en 1961 y de 1965 es el libro de Gabriel Jackson, The Spanish Republic and the Civil War (1931-1939). En Paul Preston se encuentra la mejor continuación de esa tradición de síntesis, rigor empírico y elegancia narrativa: La guerra civil española (Debate, Barcelona, 2016). Una síntesis de los años treinta la ofrecí en República y guerra civil (Crítica/Marcial Pons, 2007) y la he actualizado, limitada al periodo bélico, en España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Critica, Barcelona, 2013). Destaca por la solvencia de sus planteamientos y la ambición de abarcar los principales aspectos la reciente Historia mínima de la guerra civil española (Turner/El Colegio de México, 2016) de Enrique Moradiellos.

[4] El “canon” ortodoxo en Fernando del Rey, “Por la República. La sombra del Franquismo y la historiografía ‘progresista’”, Studia Historica, 33, 2015, pp. 301-326. Para las “nuevas telas”, Chris Ealham, “The Emperor’s New Clothes: “Objectivity and Revisionism in Spanish History”, Journal of Contemporary History, 48(1), 2012, pp. 191-202.

[5] Hay excelentes estudios generales que se ocupan con detalle de ese periodo que transcurrió entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda. Destaco a Mark Mazower, Dark continent: Europe’s twentieth century, Penguin Books, Londres, 1999 (versión española en Ediciones B, Barcelona, 2001) y la más reciente de Ian Kershaw, To hell and back. Europe 1914-1949, Viking, Nueva York, 2015 (traducción al español en Crítica, Barcelona, 2015). Mi aportación a ese tema en Europa contra Europa, 1914-1945, Crítica, 2011.

[6] La quiebra del orden público resulta esencial para explicar el origen de las guerras civiles y es un argumento muy utilizado para comprender lo que pasó en Bosnia entre 1992 y 1995: Edward Newman, Understanding Civil Wars. Continuity and Change in Intrastate Conflict, Roultedge, Londres, 2014, pp. 120-122. La importancia de los factores internos o externos en el inicio de tres guerras civiles europeas de aquel periodo de 1914-1949 la introduje en “Civil Wars, Revolutions and Counterrevolutions in Finland, Spain, and Greece (1918-1949): A Comparative Analysis”, International Journal of Politics, Culture and Society, vol. 13, n°3, 2000, pp. 515-537 (traducción al castellano de Julián Casanova [comp.]), Guerras civiles en el siglo xx, Editorial Pablo Iglesias, Madrid, 2001). Frente a esta tesis, uno de los autores que más ha insistido en la violencia durante la República como causa de la guerra civil es Stanley G. Payne y su más reciente aportación, El camino al 18 de julio. La erosión de la democracia en España (diciembre de 1935-julio de 1936), Madrid, 2016.

[7] Charles Tilly, From mobilization to revolution, Addison-Wesley, Reading, Mass, 1978, pp. 189-222.