Historia en 3D. Juan Carlos I, la transición y la democracia
Hay quienes confunden la historia con sus experiencias personales y todo lo que ven, huelen y oyen tiene que estar dentro de su mundo cultural y del de sus amigos. Escriben sobre historia, pero no dialogan con las fuentes, porque las suyas siempre se supone que son de primera mano. Cuando se trata de historia muy reciente, los testimonios por ellos recogidos siempre son los más relevantes.
Pero el historiador debe dar la oportunidad al lector de comprender diferentes puntos de vista. Debe ser independiente, no buscar favores ni dejar fuera de la narración las zonas oscuras.
La abdicación de Juan Carlos I nos ha devuelto a la historia de los grandes y memorables personajes. ¿A quiénes va dirigida esa historia? ¿Por qué se necesita una historia plana, de cuento de hadas, en un mundo que ya vive en la era de Internet?.
Lo que siguen son cinco argumentos que, desde la investigación histórica, los más jóvenes –esos que no necesitan contar sus experiencias personales- podrían leer.
1. Franco murió en la cama en noviembre de 1975 y tras su muerte, que ponía fin a una dictadura de casi cuarenta años levantada sobre las cenizas de una guerra civil, se produjo una transición a la democracia “desde arriba”, conducida por las autoridades procedentes del franquismo, aunque negociada y pactada en algunos puntos básicos con los dirigentes de la oposición democrática.
El 21 de julio de 1969 Franco presentó a Juan Carlos como sucesor ante el Consejo del Reino y un día después a las Cortes, que aceptaron la propuesta del dictador por 491 votos afirmativos, 19 negativos y 9 abstenciones. El 23 de julio el príncipe juró “lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento y las Leyes Fundamentales”. El nombramiento respondía por fin a la pregunta de “después de Franco, ¿quién?” y parecía asegurar una continuidad de los principios e instituciones de la dictadura.
Franco tenía entonces setenta y siete años y había comenzado ya a mostrar claros síntomas de envejecimiento, agravados por la enfermedad de Párkinson y muy visibles en su temblor de manos, rigidez facial y debilitamiento de su tono de voz. Ante ese panorama, Carrero Blanco, que había sustituido en septiembre de 1967 al general Muñoz Grandes como vicepresidente del Gobierno, aceleró su plan de atar la institucionalización de la dictadura con la designación por Franco de un sucesor a título de rey. Desde comienzos de los años sesenta, y después de haber soportado múltiples presiones para que designara a don Juan, hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos, Franco lo había descartado como sucesor, así como a cualquier miembro de la dinastía carlista. Fue Carrero Blanco quien, sobre todo a partir de enero de 1968, cuando Juan Carlos cumplió los treinta años, edad establecida para poder reinar por la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947, convenció a Franco para que tomara la decisión de nombrar al “príncipe de España” como su sucesor, al frente de una “Monarquía del Movimiento Nacional, continuadora perenne de sus principios e instituciones”.
Juan Carlos vivió esos años, de intensos conflictos sociales, de represión y tortura, de violación sistemática de los derechos humanos y de ejecuciones de pena de muerte, entre julio de 1969 y noviembre de 1975, como si la historia no fuera con él. No se trata de pedirle ahora que hubiera tenido que reaccionar, sino de constatar que su educación y mentalidad estaban muy conectadas y de acuerdo con lo que la dictadura imponía en ese momento en España. Tampoco era ya un niño, superados los treinta años de edad.
2. A las 12 horas y 35 minutos del 22 de noviembre de 1975 los acordes del himno nacional anunciaron la entrada del príncipe Juan Carlos de Borbón y Borbón, vestido con el uniforme de capitán general, en el hemiciclo de las Cortes. El presidente de las Cortes y de los Consejos del Reino y de Regencia, Rodríguez de Valcárcel, procedió a tomar juramento al nuevo rey según lo dispuesto en la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado: “Juro por Dios y sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”. A continuación Juan Carlos I pronunció su primer mensaje dirigido a la nación. El monarca declaró el inicio de “una nueva etapa en la historia de España”, manifestó su deseo de alcanzar un “efectivo consenso de concordia nacional” y su intención de integrar a “todos los españoles”, admitió la existencia de “peculiaridades regionales”, la necesidad de realizar “perfeccionamientos profundos”, el “reconocimiento de los derechos sociales y económicos” y la apuesta decidida de la Corona por la integración en Europa. Y recordó con respeto y gratitud la figura de Francisco Franco e invocó el buen nombre de su familia y la tradición monárquica de cumplimiento del deber y de servicio a España.
La corona no le llegaba a Juan Carlos por sucesión real –el derecho al trono seguía en manos de su padre, don Juan, que permanecía en el exilio- y los procuradores que le escucharon el discurso en las Cortes no representaban, ni mucho menos, la voluntad de la soberanía nacional. Su única legitimidad en esos momentos, procedía del testamento político del dictador, de la legalidad franquista vigente. Y Juan Carlos nombró como primer presidente de Gobierno a Carlos Arias Navarro, que había sido también el último presidente de Gobierno de la dictadura.
3. Hace más de treinta y cinco años que los españoles tenemos una monarquía parlamentaria y una Constitución democrática. Un largo período de estabilidad, reformas y cambios; de profundas transformaciones políticas, socioeconómicas y culturales. Una especie de milagro, dada la traumática historia de España en las décadas anteriores, que atrajo la atención de teóricos sociales y políticos de medio mundo. Y el rey Juan Carlos, que había comenzado su reinado tres años antes de la Constitución, con un juramento ante las Cortes franquistas, se convirtió en el “motor” o “piloto” del gran cambio que nos llevó desde la dictadura a la democracia.
Ese proceso de transición a la democracia forma parte ya de nuestra historia. Tema de estudio y debate, pero Juan Carlos, la Monarquía y la Corona quedaron fuera. Hubo una construcción positiva en torno a él, estimulada por políticos, intelectuales y medios de comunicación, que le dejó fuera de las zonas oscuras, errores o deficiencias de la democracia. El éxito de la transición gracias al Rey fue confrontado con el fracaso y mala reputación de la República, la causa de todos los conflictos y luchas que habían llevado a la guerra civil. Una operación de propaganda que ha sido capaz de sobrevivir sin mayores cambios durante treinta años, en los medios de comunicación y en los libros de texto de escuelas y centros de enseñanzas medias.
4. Ese orden, sin embargo, se ha quebrado en los últimos tres años, desde que estalló el caso Urdangarín hasta la cacería de elefantes en Botsuana. Y todo eso ocurrió en medio de una crisis económica profunda y de un descrédito sin precedentes de la política establecida. De la misma forma que la crisis, el paro y los ataques al Estado del bienestar han puesto fin a la boyante y artificial prosperidad anterior y nos recuerdan día tras día nuestra vulnerabilidad, los escándalos en torno a la Monarquía comenzaron a cambiar las percepciones y actitudes de muchos ciudadanos hacia una institución sacralizada. Y el ruido no llegó como consecuencia de un movimiento social republicano, al acoso y derribo del orden existente, sino del desmoronamiento de algunos de los pilares en que se había basado esa construcción positiva y no sujeta a escrutinio del edificio monárquico.
5. La abdicación de Juan Carlos, un hecho natural y lógico en el escenario en el que vivimos, ha servido para inundar a la opinión pública de una narración rosa sobre los grandes servicios prestados a la Patria y alabanzas hacia esa sabia decisión de saber dejar el trono a tiempo y dejar paso a su hijo.
La dictadura no terminó de golpe en un solo día, el 20 de noviembre de 1975, cuando Franco murió en la cama del hospital. Y lo ocurrido a partir de entonces no fue el resultado de un plan preconcebido desde arriba de manera autónoma y dirigido con energía gracias a la figura de Juan Carlos I.
Ya en el siglo XXI, hay una nueva generación de españoles, posterior a la transición, que nutre un amplio movimiento en favor de una regeneración política y una mirada libre y rigurosa hacia ese pasado. Aceptar eso significa abrir debates, donde quepan relatos oficiales y visiones y revisiones críticas. Eso no es nada excepcional. Es simplemente una prueba de madurez de una sociedad civil democrática que decide enfrentarse sin miedo a los supuestos fantasmas de su pasado.