Sobre crisis de la democracia y autoritarismos. ¿Cómo fue la historia?

17 junio, 2013 at 14:27

El período europeo que corrió entre 1914 y 1945  se ha identificado habitualmente con la crisis de las instituciones liberales de gobierno y la crisis de las democracias, antesala del autoritarismo. ¿Estamos hoy en ese escenario, como muchos creen o preguntan?

 

El conocimiento de la historia parece desmentirlo.

 

Hay muchos autores que consideran la Primera Guerra Mundial como una línea divisoria traumática con la política del “antiguo régimen” de preguerra. Período de convulsiones políticas, sociales, económicas y culturales, que erosionaron, de manera irreversible, la hegemonía europea en el mundo y permitieron el ascenso de nuevas potencias de fuera de Europa.

 

La guerra provocó el derrumbamiento de tres de las principales potencias europeas de antes de 1914 (Austria-Hungría, el Reich alemán y la Rusia zarista), dejando un vacío estratégico en la Europa central y oriental, que Alemania aprovechó para su expansión en la década de los treinta.

 

Los regímenes políticos europeos sufrieron una grave crisis en los años de entreguerras. Crisis política, tanto de representación como de legitimidad: de representación, porque los partidos políticos tradicionales (conservadores o liberales) que se habían turnado en el poder hasta 1914, perdieron una parte significativa de su electorado en beneficio de nuevas fuerzas políticas, que utilizan un discurso ultraconservador, xenófobo y nacionalista .

 

La crisis de legitimidad agravó la situación. El poder de las elites políticas comenzó a ser cuestionado por sus propias opiniones públicas; surgieron asimismo nuevas fuerzas que ofrecían una alternativa política y social, con movilizaciones y protestas en la calle. La Primera Guerra mundial contribuyó a la radicalización de importantes secciones de la clase obrera en varios países europeos, especialmente en esos que experimentaron la derrota y la consiguiente humillación en los tratados de paz.

 

En términos generales, la evolución de los regímenes políticos en la Europa de entreguerras estuvo dominada por tres fenómenos relevantes: la crisis del liberalismo; la movilización obrera; y por último, la reacción conservadora, nacionalista y autoritaria, de sectores de clases medias y dominantes en aquellos países convulsionados por la protesta obrera y la crisis económica.

 

Crisis es la palabra más repetida para conceptuar ese periodo: crisis económica y de la sociedad civil burguesa. El economista inglés John Maynard Keynes fue el primero en advertir en 1919 las consecuencias negativas de los tratados de paz para la futura estabilidad política y económica europea. A Keynes las condiciones impuestas por el tratado de Versalles a Alemania le parecían injustas e inaplicables. Keynes propugnaba, por el contrario, un tratado de paz que alejase la amenaza de la revolución en Alemania mediante el restablecimiento de la estabilidad económica internacional, la reducción de los pagos alemanes por compensaciones de guerra, y la concesión de un préstamo internacional, financiado por Estados Unidos, para reconstruir la Europa destruida por la guerra.

 

La interpretación de Keynes ha sido muy influyente entre los historiadores de la economía del período, empezando por Derek H. Aldcroft. Según este autor, los tratados de paz impusieron fuertes sanciones a los vencidos y generaron importantes cambios territoriales en el continente europeo. Tales modificaciones territoriales tuvieron importantes efectos, socavando el equilibrio de poder europeo y dejando un importante vacío político y económico en la Europa central y oriental. En los años siguientes, la mayoría de los gobiernos recurrieron a políticas económicas ortodoxas para hacer frente a los gravísimos problemas de la postguerra: la conversión de una economía de guerra en una economía de paz, la sobreproducción de la industria, la desmovilización de millones de excombatientes etc.

 

El crash de 1929 en Wall Street tuvo efectos catastróficos sobre los deudores europeos de Norteamérica. Cuando la depresión tocó fondo allí, y los préstamos fueron retirados, el flujo de dinero a Europa se paró y el capital fue retirado. Los inversores europeos agravaron entonces la crisis desviando su dinero a lugares más seguros –en las colonias-. Alemania,  notable receptora de préstamos, fue golpeada severamente, junto con países como Austria y Hungría cuyas economías habían caminado demasiado por arenas movedizas en los años veinte. El paro en Alemania en marzo de 1929 era ya de 2.8 millones. En febrero de 1931 había 5 millones y un año después la cifra se elevó a 6 millones. El gobierno alemán, bajo fuertes presiones políticas, se lanzó a la búsqueda de políticas ortodoxas de deflación que trajeron como consecuencia fuertes recortes salariales y más gente al paro.

 

El período en entreguerras se ha identificado habitualmente con la crisis de las instituciones liberales de gobierno, producido por el acoso de fuerzas radicales, tanto de izquierda como de derecha, que pretendían desestabilizar el sistema. Aquella sería una auténtica crisis de la democracia, antesala del triunfo de las dos variantes políticas del totalitarismo: el comunismo y el fascismo. Veinte años en los que la democracia se habría eclipsado (paréntesis de un curso democrático que venía desde el siglo XIX).

 

Esa imagen convencional fue ya cuestionada por David Blackbourn y Geoff Eley en la década de los ochenta con la aparición de The Peculiarities of German History (Oxford University Press, 1984). En ese libro criticaban la interpretación que adscribía a la burguesía una conciencia política liberal-democrática. No había, según ellos, una correlación directa entre burguesía y liberalismo. El liberalismo político de la primera mitad del siglo XIX estuvo enraizado en coaliciones sociales más amplias, que abarcaban a la pequeña burguesía, el artesanado, el campesinado y las clases trabajadoras.

 

Se cuestionaba también la relación automática entre liberalismo y democracia. Los liberales del siglo XIX tendieron en toda Europa a implantar sistemas de representación política restringida que marginaban del voto a la mayor parte de la sociedad. Fueron, por el contrario, la pequeña burguesía, el artesanado urbano y, posteriormente, el proletariado, los principales portadores de tradiciones democráticas en los siglos XIX y XX. La movilización de estos sectores populares fue decisiva para la plena democratización de los sistemas políticos, muchas veces en contra de los intereses políticos y materiales de la burguesía.

 

Una deducción lógica se derivaba de esa interpretación: si las burguesías europeas habían adoptado siempre posiciones conservadoras e incluso reaccionarias para conservar sus privilegios políticos y sociales frente a las presiones desde “abajo”, ya no tenía sentido considerar a este período como un paréntesis temporal en el que se había librado una áspera lucha entre los partidarios de la democracia y los dictadores. Fenómenos como los fascismos y los autoritarismos tenías sus orígenes en el período anterior a la guerra, a la vez que diversas investigaciones empíricas en Francia, Italia y Alemania empezaban a sacar a la luz el amplísimo apoyo que esos movimientos obtuvieron del orden burgués, de las clases medias y de sectores de las clases trabajadoras.

 

La guerra radicalizó ciertos sectores del movimiento obrero, causó tensiones que culminaron en su división profunda y pavimentó el camino de la revolución y la revuelta, no sólo por su impacto sobre las masas de la Europa industrial, sino sobre todo por la forma en que socavó el poder de las elites dominantes tradicionales a través de la derrota.

 

Por lo tanto, al quitar algunos obstáculos para la revuelta, al destruir el aparato represivo del Estado, la Primera Guerra Mundial hizo la revolución al menos concebible. Esa apertura de posibilidades enfrentó a los partidos socialistas europeos con la primera oportunidad de pensar seriamente en la revolución; y eso hizo que las divisiones entre radicales y reformistas, que habían permanecido latentes, aparecieran a la superficie. Lo que previamente habían sido meras alternativas teóricas, se convertían en disputas reales.

 

Pero sólo en Rusia fue destruido el viejo orden social de raíz y además, en algunos de esos países no sólo no hubo revolución sino que el fascismo tomó el poder y destruyó el movimiento obrero. Mi libro Europa contra Europa, 1914-1945 aborda todos esos temas y se dedica a examinar los escenarios y las causas del surgimiento de los fascismos, así como su composición social, sus ingredientes ideológicos y las diversas alianzas que los hicieron posibles. Todo ello a través de una análisis comparado que debe mucho a Charles Maier, Gregory M. Luebbert, Richard Overy, Ian Kershaw,  Mark Mazower, Enzo Traverso y Richard Vinen.

En próximas entradas escribiré sobre el siglo XX de Eric Hobsbawm y Tony Judt.